Viajar contigo: el regalo más grande.
Hay viajes que son mucho más que viajes.
Hay viajes que transforman de tal forma que cuando regresas a casa no eres ni serás la misma persona que eras antes de dejarla.
Viajar es fundamental para el crecimiento de un ser humano. Y en mi experiencia personal son aquellos viajes que he atravesado “sola” los que mayor relevancia han tenido y gracias a los cuales he vivido una gran transformación. Mi viaje a Nueva Orleans es buen ejemplo de ello.
¿Por qué entrecomillo “sola”? Porque no es del todo cierto. En realidad, es conmigo con quien viajo. Con una de las mejores compañías que puedo tener, entre muchas otras. Me caigo bien y me gusta el ser humano en que me he convertido. Me he creado un universo propio cargado de ilusiones e intereses lo suficientemente completo como para no aburrirme jamás. Teniendo en cuenta todo esto, no necesito más. Lo cual no significa que no me encante viajar acompañada.
Me encuentro a menudo con personas que sienten una profunda aprensión ante la idea de hacerlo “solas”. Cierto es que esto implica lanzarse a un mundo desconocido y a salir de manera significativa de la zona de confort. No obstante, es precisamente en ese nuevo lugar, “incómodo” en un primer momento y mucho menos con la práctica, donde las cosas más sorprendentes, intensas y mágicas suceden.
Nueva Orleans conserva su autenticidad. Basta con ir más allá del conocido Barrio Francés o caminar por este a horas en que la ciudad comienza a despertar para percatarse de ello. He visitado algunas ciudades en las que la presencia de turistas ha distorsionado notablemente mi percepción, y no de manera positiva. No es el caso de Nueva Orleans. Todo lo que allí sucede tiene más fuerza que los diez millones de visitantes que cada año desembarcan en esta ciudad multicultural que vio nacer a Louis Armstrong,
‘The Big Easy’ es una de las maneras que se emplea para referirse a esta ciudad que se yergue sobre el delta del río Misisipi. No podría otro apelativo definir de mejor forma el espíritu de tan fantástico lugar. Entre otras cosas porque se refiere a cómo, de modo general, sus habitantes abrazan la vida y viven el momento presente. Habla de la solidaridad entre seres humanos. Habla de celebración, la misma que cuando organizan un jazz funeral por la muerte de alguien. Viajar a la Perla de Luisiana es viajar en el tiempo. Es aterrizar en una época en la que las dificultades tenían que ver más con la supervivencia que con un mundo en el que los problemas se crean a falta de ellos.
Hay músicos de toda edad y condición dondequiera que uno vaya que invitan a voz en grito a celebrar la vida, a abrazar al prójimo. Manos de gente que se cruza chocan dejando en el aire una sensación de lo que es cercano y familiar.
Una mañana de domingo paseaba por las calles salpicadas por el rastro que deja una gran noche de alegría y celebración. Era temprano y ya el sonido de trompetas y saxofones comenzaban a despertar suavemente a los habitantes de uno de los rincones más especiales de Estados Unidos.
La luz era dorada y soplaba una ligera brisa. El sol cálido se hacía arrumacos con la piel y el cuerpo de todo aquel que comenzaba su jornada y una nueva aventura como la de muchos otros días.
Deambulé largo rato y llegué hasta Jackson Square, una plaza llena de vida en la que muchos artistas ponen ante los ojos del turista sus obras con el ánimo de venderlas. De pronto la mejor voz que había escuchado desde mi llegada llegó hasta mí. Busqué de dónde procedía y es cuando vi, por vez primera, a Will.
William Kennedy, de Nueva Orleans, un hombre de larga melena y larga barba blanca que se sienta cada fin de semana con su sombrero y su guitarra y canta durante horas. Un hombre que no recuerda ninguna época de su vida en la que no se haya dedicado a la música. Su madre decía de él que empezó a tocar el piano y a escribir canciones a los dos años.
Me senté a su lado y le escuché maravillada toda la mañana. En algún momento empezamos a charlar. Y aquella conversación marcó de forma considerable la transformación que viví en aquel viaje.
Me dijo muchas cosas, todas ellas valiosas para mí. Me contaba cuánto les había costado reconstruir la ciudad tras el huracán Katrina. “Y aún estamos en ello”, me decía con orgullo.
Los habitantes de Nueva Orleans son para mí un gran ejemplo. Personas que hacen lo que está en sus manos por recomenzar de cero. Que aman lo suyo y por ello se dejan la piel para ponerla en pie.
La ciudad se hallaba en condiciones lamentables tras la catástrofe y nunca han desistido de su determinación de levantarla, cueste lo que cueste. Y si mañana hubiera otro huracán, no me cabe la menor duda de que volverían a comportarse de la misma forma.
Me hablaba de lo importante que era para él Nueva Orleans, de cómo no se imaginaba viviendo en otro lugar que no fuera ese. Y lo dice alguien que ha viajado por el Mundo acompañado de su guitarra. Es decir, tras recorrerse medio planeta, él elige Nueva Orleans. ¿Por qué? “Porque en esta ciudad puedo ser yo”. Cierto, en esa ciudad no importan las apariencias y se ve a la legua. Bravo.
Me dijo que otra de las ventajas que tenían los habitantes de Nueva Orleans era que no pagaban alquiler puesto que las viviendas pasaban de generación en generación. Gracias a ello no necesitaban matarse a trabajar y contaban con una mayor libertad. “Para ser el mejor en algo necesitas tener tiempo para dedicarte a ello. Para crear cultura necesitas tener tiempo para ello. Y esa es otra de las cosas que nos da Nueva Orleans: tiempo”.
Will, un hombre capaz de apreciar la grandeza de las cosas simples y maravillosas de la vida. De trabajar sólo lo justo y necesario para cubrir las necesidades básicas de él y su familia y poder dedicarse a pintar y a todo aquello que le gusta hacer.
Lo saludaban y saludaba con frecuencia a otros habitantes de Nueva Orleans.
En medio de nuestra conversación pasó una mujer a la que llevaban en camilla para meterla en una ambulancia. “¡Will!”, le gritaba desde lejos. “¡Will, me llevan de nuevo al hospital!”. Le dijo algo más que no llegué a entender. Tras darle él algunas amorosas palabras de ánimo me explicó que ella era alcohólica y que acababa de salir de la cárcel. “Va a acabar con su vida”, afirmó apesadumbrado.”
¿Y sabes qué? La apariencia de aquella mujer habría hecho a más de uno cambiarse de acera al verla llegar.
Como ya he dicho antes: solidaridad. Sin juicios ni prejuicios.
Fue Will quien me dio la mejor experiencia que viví en la ciudad. Y sé con toda seguridad que si hubiera hecho este viaje acompañada habría tenido otras experiencias, pero no esta y otras muchas que tuve. Celebro por todo lo alto haberlas vivido. Me fui con el corazón latiendo de alegría y con una sonrisa que aún me dura. Fue un viaje que me dio mucho más de lo que nunca hubiera imaginado.
Creo necesario animarte a que te atrevas a salir de esa zona de confort de la que hablaba antes y a que viajes contigo. Y quiero decirte que esa actitud valiente te traerá grandes sorpresas y cosas de gran valía para tu crecimiento personal. Viajar contigo te llevará necesariamente a una transformación. La tuya propia y, por consiguiente, la del Mundo, que no volverá a ser para ti el mismo que era antes de que iniciaras tu viaje. Decía Henry Miller, escritor estadounidense, que "nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas".
Comienza por un viaje lo suficientemente pequeño para que no sientas que pone tu mundo a temblar. Ya harás otros mayores cuando le cojas el gusto.
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